domingo, 1 de abril de 2018

Firmas amigas III (Un simple testigo)

Hoy Domingo de Resurrección, recibimos un texto y apuntes sobre la Semana Santa de una de las más bellas ciudades de España, Burgos.

Es un lujo invitaros a leer este artículo de nuestra amiga Leticia Ortiz, periodista burgalesa, admirada amiga, taurina, y carnavalera de pro, de las del viejo Martín y del Caracol.

Les dejo con este texto, agradeciendo una vez más vuestro apoyo en la sección " Firmas Amigas".




"Un simple testigo

Agradezco a quien me deja aparecer por aquí para narrar algo que llevo muy dentro y que quería compartir. No me voy a presentar, me conocen de sobra. Igual suena pretencioso, pero es la verdad. Dicen de mí que soy de las más espectaculares y bonitas de las de mi ‘especie’. Cada día son cientos los que se fotografían conmigo. Los que alaban mi belleza. ¡Cómo esperan que no se me hayan subido un poco los humos! Me llueven los piropos, y eso que ya no soy una jovencita, más bien al contrario. Lo intento disimular e, incluso, me he hecho algún que otro arreglo. No lo oculto porque ahora está de moda y a nadie le sorprende.

Pero no venía a hablarles de mí. O no exactamente. Como les decía, llevo muchos años en pie. He visto casi de todo. De guerras a casamientos, de muertes a nacimientos, de sueños cumplidos a dolorosas frustraciones. No siempre se me respetó. Unos franceses, en su locura, cuando vieron que no podían con mis duros vecinos, se vengaron a bombazos. Y aquí no nos hacemos tirabuzones con la pólvora de los fanfarrones. Me dejaron hecha un cuadro. Algunos me marcaron, como si yo fuera patrimonio de una ideología u otra. Aún tengo el fascista nombre sobre mi piel. Ante mí se cuadraron artesanos, militares, curas, actores de Hollywood, dictadores, políticos, deportistas...
Sin embargo, de todo lo que ha pasado, y sigue ocurriendo a mi alrededor, solo hay dos momentos que se repiten cada año y que hacen temblar mis centenarios cimientos.

Cuando la tarde del Viernes Santo está llegando a su fin, una campana rompe el silencio. Tocan a muerto. Unos hombres, mitad monjes, mitad soldados, recuerdo de un olvidado pasado, recorren mis naves en busca de la Luz. La única que de verdad existe en la tiniebla. Andan por mis entrañas en la oscuridad, y se llevan al Yacente a hombros, para exponerlo ante esa muchedumbre que le llevó a la cruz. Algún año, el cielo ha acompañado a la solemnidad y tristeza con nubes que amenazaban tormenta. Cuando el Cuerpo del Cristo muerto es depositado en su última morada, en esa inmensa urna transparente que recorrerá las calles de Burgos, notó las piedras vibrar, rasgarse como cuentan que lo hizo el templo de Jerusalén hace más de 2.000 años.

Es mi segunda gran emoción en 24 horas. Al caer la tarde del Jueves Santo, soy testigo privilegiado de un Encuentro. Desgarrador. Una Madre que ve a su Hijo por última vez ante de un destino marcado que le llevará a la muerte. Desde mi inmensidad, contemplo el esfuerzo de aquellos que engrandecieron la Semana Santa de esta tierra quitando las ruedas de un paso para portar sobre sus hombros a una Dolorosa que refleja en su expresión el sufrimiento que ninguna madre debería vivir jamás. Mientras, por el otro lado, otros valientes le sirven de pies al Hijo, al que nos salvará a costa de su propia muerte. Cientos de personas me visitan ese día. Me contemplan boquiabiertos en la espera. Alguno descubre incluso detalles que nunca habían visto. Pero, por una vez, yo no soy protagonista. Lo son ellos, los que se encuentran bajo un silencio que se puede cortar. Las lágrimas brotan de muchos ojos que contemplan el momento. El castellano es recio, pero se emociona. Sin alardes. Sin golpes de pecho. Con la sobriedad que siempre le acompaña. Una ligera reverencia de Cristo ante la Virgen pone fin al efímero Encuentro. ¿Cuánto debería durar la despedida de un Hijo con su Madre? Cada uno vuelve a su casa, despacio, alargando el tiempo para ver si así se aplaza lo irremediable. “Hágase en mi tu voluntad”.

Y yo sigo ahí. De testigo. Con mis piedras centenarias emocionadas. Porque, al final, ante algo tan grande como esto, por muchos halagos que reciba, yo soy una simple Catedral."