miércoles, 18 de febrero de 2015

Quien espera, desespera.

El tiempo pasa como le viene en gana al que carga de arena los relojes.

Faltan cuarenta días, cuarenta, para que comience la Semana Santa, y digo cuarenta porque hoy es miércoles de ceniza, y digo cuarenta porque hablo de Semana Santa, que no de procesiones. Y digo cuarenta porque me refiero al Domingo de Ramos, y no al viernes de Dolores.
De procesiones extraordinarias andamos tan servidos que son ordinarias. Es muy frágil el alma humana, cuando se despide de su Paso hasta el año que viene, y le pide otra , y por eso caemos en el comprensible limbo de esperar desesperando. Y más si te ha llovido.

La pena nuestra del ser humano. Sentado al caliente sol de nuestras preocupaciones cotidianas, y afortunadas efímeras agujas, o terribles, Dios no quiera. El ser humano que levanta la vista hacia ese sol caliente, sin fuerzas para hacerse visera con la mano cansada, incluso dormida en el sueño de los injustos. Somos anhelantes consumidores de oxígeno, impacientes por rascarnos, y fruncimos el ceño maldiciendo ese sol que nos ciega y nos castiga.

Tan humano es estar cansado y no levantarse, como desquitarse frente al deseo. Por eso Jesús cayó ante ambas cosas y luego no calló ante ellas.

Un año de espera , y paseos por el pasillo. Con las manos en la espalda y la cabeza gacha. Pasos amplios y rápidos de ida y vuelta. Desesperando. Si la espera, según la RAE , es en su tercera acepción, "Calma, paciencia, facultad de saberse contener y de no proceder sin reflexión", ninguno la practicamos. 
La Pasión entra en juego y nos desespera, impacienta, exaspera.  Pasión, que significa " Apetito, o afición vehemente de algo" , he aquí la explicación. Nos pueden las ganas.

Pese a la relatividad del tiempo, sin tocar el tema, porque sería pisar terrenos abismales, es de justicia decir que incluso el que firma tenía ganas de contaros y ha desesperado al igual que vosotros durante este año.

Este año ha pasado de distinta forma para cada uno, y para cada hermandad, y para cada barrio, y para cada parroquia, y para cada país, y para algunos no ha llegado a terminar, por el simple hecho de ser cristianos en tierra hostil. Leyendo a Mateo, 5,44 " Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen", se te hacer eternamente difícil digerirlo. Creo que todos deberíamos pasar por confesionario, y creo que todos por el mismo motivo. Elija cada cual qué confesionario, qué interlocutor, pero no duden en escucharse a ustedes mismos y preguntarle al de arriba  ¿a esta rata quién la mata?.

Volveremos a celebrar la primavera como hace más de dos mil años, a celebrar la llegada del Nazareno a Jerusalén como hace dos mil años, y a sacar a las calles nuestras creencias como, esperemos, otros dos mil años más. Le volveremos a decir al mundo que no es delito la impaciencia ni la pasión, ni honrar el arte o la inocencia.
Pediremos vivir sin miedo, debajo de nuestras telas de antiguo terciopelo, aunque el miedo es inherente al ser humano. Ese ser, débil, como empezaba diciendo en este primer texto de la cuaresma. Incluso el Dalai Lama confiesa estar aterrorizado al subirse a un avión.
Pediremos por los nuestros , los aquellos, y los que no quieren que seamos ni unos ni otros.
Pediremos porque no nos ciegue el brillo del sol y cuando vibren nuestros tambores, no dejaremos que sirvan para llamar a la masa que ávida de circo se acerque al tintineo de unas monedas lanzadas al aire por los patronatos y los mercaderes.
Pediremos por salir en procesión porque es la puerta directa que llama al cielo y querremos que todo el mundo participe de ello.

Tan sólo daremos rienda suelta a la inquietud que ha volado enjaulada,un año entero.

2 comentarios:

  1. Bonito y emocionante escrito.
    El miedo. Hay que tenerlo; lo importante es vencerlo, como San Jorge al dragón.

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  2. Gracias Susana! Efectivamente, el miedo se vence conociendo.

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